Crítica de la semana: El morbo y sus límites en televisión

ANÁLISIS | Semana del 10 al 16 de mayo de 2021

No todo lo que emite la pequeña pantalla es bonito y edificante, y no por ello debe ser reprobable. Simplemente hay que asumir lo que uno enseña; si se tienen en cuenta ciertas líneas rojas, todo puede tratarse en televisión. Pero una vez entras en el juego, lo mejor es aceptarlo y no intentar vender la moto. El leitmotiv del producto es el que es, por mucho que el envoltorio sea exquisito, de nada sirve retorcer el lenguaje hasta que sea formalmente presentable.

‘Crims’, el true crime de la crónica negra catalana, es un gran formato. Probablemente el mejor que ha hecho TV3 en los últimos años. Esto es una obviedad, y así lo avala la crítica y la audiencia estratosférica que ha cosechado en su segunda temporada. Y ya está, no hace falta revestirlo ni adornadlo con un aura de programa divulgativo para justificar su presencia.  Es lo que es, un programa tremendamente bien tratado sobre asesinatos ocurridos en Catalunya en los últimos 30 años.

Al estrenarse la segunda temporada de ‘Crims’, Carles Porta, el creador del formato, afirmaba que el público acudía al programa por curiosidad, que el interés de la audiencia nada tenía que ver con el morbo. Y lo siento mucho, pero no. El morbo existe, está ahí, en los ojos de todos nosotros; y lo mejor sería reconocerlo. Esto no quita que el true crime de TV3 aborde cada caso con maestría, tanto en la realización como en la narración, pero de ahí a vender el programa como una master class en antropología hay un trecho.

Y si a ‘Crims’  no se le puede reprochar nada a nivel moral, más allá de la duda que se plantea en cada programa de si las familias de las víctimas ven con buenos ojos que se reabran viejas heridas, no sucede lo mismo con muchos de los formatos que analizan diariamente la crónica negra de nuestro país. La falta de información y la necesidad de ofrecerle a la audiencia lo que sea con tal de seguir alimentando el morbo, muchas veces propician practicas cuestionables a nivel periodístico.

El suceso que más horas ocupa actualmente en la pequeña pantalla es el de las dos niñas desaparecidas en Tenerife. Una cosa es informar del caso, que tiene interés mediático y que su difusión podría ayudar a su resolución, y otro es especiar la noticia con extra de especulación. Complementar la noticia con datos que poco o nada aportan a la investigación: testimonios superfluos, pruebas de dudosa credibilidad y periodistas de ego desbordante que pasan por delante de las víctimas.

El morbo o la preocupación mueven a la audiencia y los medios necesitan alimentar esta demanda con nuevas informaciones para seguir estirando el chicle. De momento sabemos que dos niñas han desparecido en Canarias, y más allá de los detalles que aporta toda investigación y de los que puede informar la televisión, el resto son meras especulaciones.

Aceptemos que el morbo existe, de manera insana o no, forma parte de nuestro ADN. El sexo, la muerte o las lágrimas despiertan nuestro interés desde que somos pequeños. Partiendo de esta premisa, se puede informar de  todo manteniendo a raya ciertos criterios éticos y estéticos. Y el límite de esta moral, que cada uno tiene la suya, debe pivotar siempre sobre la objetividad y veracidad de los hechos narrados.

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