Goya 2020: Una gala perfecta, rota por los discursos eternos

Buenafuente y Silvia Abril lograron brillar en una gala en la que no todos remaron a favor.

El Cine Español celebró ayer su cita más esperada: la gala de los Premios Goya 2020. No solamente por lo que supone para la industria, sino también para la televisión. Porque aunque esto no deja de ser una ceremonia en la que el cine español refuerza su ego, también es un momento televisivo muy esperado. Esto segundo se venía olvidando en los últimos años. Desde que hace una década Andreu Buenafuente cogió las riendas de los Goya, no se había podido ver un espectáculo a la altura de la noche más especial del cine en nuestro país.

Silvia Abril y Andreu Buenafuente dieron piel a un guion cuidado que buscaba, de alguna manera, romper con las estructuras establecidas en este tipo de ceremonias. Aunque le faltaba algún hilo conductor que diese sensación de que la gala estaba perfectamente conectada, las apariciones de los presentadores cumplieron con las expectativas. Y no fue fácil, de nuevo, un año más, el público no remaba a favor. Los chistes de la pareja, en ocasiones, no lograban arrancar la risa de los presentes que estaban más pendientes de encajar en unas sillas de oficina visiblemente incómodas. Aun así, Abril y Buenafuente lo dieron todo.

La ceremonia empezó con un discurso de Jesús Vidal que simulaba que el actor seguía agradeciendo su Goya después de que el año pasado protagonizó uno de los discursos más largos. No es una manera habitual de comenzar esta ceremonia, pero sí es original. Rompe con el tradicional monólogo de los presentadores después de la cabecera introductoria. A Vidal le siguió un número musical brillante en el que la pareja, un cuerpo de bailarines y el rap de Rayden y Ana Mena sirvieron para hacer un repaso a la historia del Cine; pasando también por España con frases como: «Hay que ver cómo nos gusta el chorizo. Fin de la Cita» o «Abrimos nuestras mentes, enseñando nuestros cuerpos», en alusión al Destape como herramienta para superar los años oscuros del Franquismo.

La gala prometía. Y las escasas apariciones de Buenafuente y Silvia Abril no defraudaron. Destaca también el repaso a la situación política actual a través de las películas de Almodóvar y Amenábar. Rompieron incluso las fronteras del escenario entregando un premio en las puertas de salida junto a Jorge Sanz que obligó a Abril a salir corriendo por el Palacio de deportes Martín Carpena de Málaga. Pero un buen guion, aunque de escenas inconexas, puede irse al traste por el error que año tras año logra destrozar el buen ritmo de la gala, los discursos. Por mucho que la Academia pida brevedad en los agradecimientos, los presentes no se dan por aludidos y quieren su minuto de gloria. Puede sonar impopular, pero muchos de esos mensajes no interesan a los espectadores. Asúmanlo, lo saben, es un hecho. Lograrían conectar con el espectador si alguno de los discursos, a cuyos protagonistas no conocemos, rompen con lo esperado y lanzan un mensaje atractivo. Pero no es el caso.

De nuevo vuelve a repetirse que para recoger un premio suben cuatro al escenario, y los cuatro quieren su momento protagonista. Pasó con el Mejor Cortometraje, Mejor Sonido o con el de Cine Europeo que para más inri, los tres premiados hicieron su discurso en francés con una traducción improvisada, a destiempo e incompleta por parte de uno de ellos. Al público en sus casas le entra taquicardia, hiperventila cuando ve bajar por las escaleras a más de una persona para recoger un premio. Desconectan, resoplan y piden con los ojos mirando al techo que aquello dure lo menos posible. Aun así, todos lo dedican, a sus parientes más lejanos, a los cercanos y a los de medio camino, a los que nadie conoce. Ellos no deberían ser ajenos a que esto se está televisando, ellos saben que un discurso vacío y eterno rompe el ritmo que tanto deberían conocer. De la misma forma que Almodóvar fue capaz de hilvanar unos agradecimientos diferentes en cada una de las veces que subió el escenario, también los menos conocidos para el espectador, deberían tener un agradecimiento elaborado que conecte de alguna manera al espectador que pierde el interés frente a quien desconoce. Es la asignatura pendiente que parece que no se resolverá nunca, pese a que suene una música amenazante o aunque la Academia pida encarecidamente, edición tras edición, que los discursos sean breves y ligeros.

Aun así, Benedicta Sánchez, ganadora del Goya a Mejor Actriz Revelación a sus 84 años por O que arde, dejó uno de los grandes momentos. Aunque con unos agradecimientos un tanto erráticos, fruto de la emoción, durante los que llegó a pedir el comodín del público con un «Ayúdenme, ayúdenme» que pronto se hizo meme, dejó una frase memorable dirigida a sus nietos que seguro suscriben muchas personas a su edad: «No os olvidéis de la yaya, que os quiere mucho».

Otro de los momentos esperados era el del Goya de Honor que este año era para Pepa Flores, más conocida como Marisol. Aunque la Academia lo intentó hasta el último momento, la actriz no acudió a recoger el cabezón y en su lugar mandó a sus hijas. Es cierto que quien fuera la niña prodigio del Cine Español está retirada de la vida pública desde hace años; es cierto que la Academia también buscaba con este nombramiento un momento único donde volviésemos a ver de nuevo a la gran Marisol; pero Pepa Flores no quiso abandonar su retiro mediático ni siquiera por un Goya tan especial.

Puede ser cuestionable, cada uno tendrá su opinión sobre hasta qué punto es un feo a toda la Academia, pero la actriz ha sido coherente con su postura. Además, nos conocemos, y su aparición daría para meses de persecución y reportajes investigando todo lo que le ocurrió de niña. Aun así, había esperanzas, podía parecer un secreto guardado que culminase con la aparición estelar de Marisol sobre el escenario. De hecho, algunos planos que situaban a las hijas delante del escenario y un espacio vacío detrás, parecía indicar que de repente iba a aparecer. Pero no fue así y quedó descafeinado. La Academia no consiguió su momento glorioso. Sin embargo, fue Julieta Serrano quien al recibir su merecido Goya a Mejor Actriz de Reparto logró todos los aplausos, vítores y homenajes de los presentes al recoger el premio. Visiblemente emocionada, con la gente en pie, la actriz recogió el cariño de todos sus compañeros en lo que también fue casi un Goya de Honor.

Esto, en definitiva, es lo que se pide a los Goya, emocionar. No es una asignatura fácil. Buenafuente y Abril anunciaron que esta ceremonia podía ser la última para dar paso a nuevos presentadores. En la edición de 2019 se les echó en falta más gamberrismo y lo han cumplido en esta ocasión de una manera muy elegante. La críticas al techo de cristal por la superheroína Silvia Abril; los mensajes subliminales a los representates políticos y la defensa en bloque a la Cultura completaron una gala reivindicativa; a la que también se sumaron algunos de los ganadores y entregadores de premios. Desde el saludo de Enric Auquer «a todas las antifascistas»; la petición de Pedro Almodóvar al presidente del Gobierno para que proteja el cine independiente «en peligro de extinción»; o el rechazo directo de Juan Diego Botto y Rosana Pastor al veto parental que intenta imponer Vox. No se esperaba menos, porque sí, es una fiesta del Cine; pero precisamente la Cultura, en todas sus variantes, sirve también para denunciar injusticias y remover conciencias.

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