La crítica de la semana: Un ciudadano poco ejemplar

ANÁLISIS DE AUDIENCIAS | Semana del 22 al 28 de abril de 2019.

Si fuera director de televisión y necesitara un revulsivo, a un agitador, ficharía sin pensarlo a Albert Rivera. Pero no es el caso, toca escoger presidente del gobierno, y para ello nunca elegiría al bufón.

No recuerdo una semana televisiva con tantos acontecimientos mediáticos desde que Maria Teresa Campos y Ana Rosa Quintana intercambiaron cadena. La pequeña pantalla reivindicó su trono de aglutinadora de grandes audiencias al captar la atención de la ciudadanía con la emisión de tres grandes eventos televisivos. Con permiso de la Pantoja, que saltó al mar ante 5 millones de personas y salió de él como si fuera Gemma Mengual, los grandes protagonistas de la actualidad informativa fueron los dos debates previos a las elecciones generales. Pese al lamentable proceso de organización de estos, con una junta electoral de pandereta y un gobierno que en un principio no priorizó la televisión pública, al final tuvimos cita el lunes en TVE y el martes en Atresmedia.  Los contenidos y las intervenciones de los participantes fueron prácticamente los mismos. Sí hubo algunas diferencias en las formas, ya que mientras en La1 el look era algo más encorsetado en Antena 3 y LaSexta la mecánica y el decorado fueron más «arriesgados», incluyendo  la presencia  de un grupo de mujeres sin rostro que controlaban el tiempo como si estuvieran comandando una nave de Star Wars. Por lo demás, agradecimos la fina ironía de Xabier Fortes en el debate de RTVE y echamos algo en falta la mordacidad de Ana Pastor en Atresmedia.

Lo que se repitió tanto en un debate como en el otro fue la encarnación de un polemista televisivo en la persona de Albert Rivera. Usó todas las armas de las que tira Anabel Pantoja una tarde cualquiera para defender a su familia, trasladando el circo mediático a la arena política. Maleducado, efectista e incendiario, y no lo digo yo, el New York Times lo calificaba de la siguiente manera tras su paso por los debates: “Su verborrea y su vodevil de chirimbolos le arruina cualquier propuesta». Y es que no tenemos ni idea de que propuestas tiene Rivera para el país, solo nos quedó claro que dice ser el presidente de de algunos pero en ningún caso nos explicó cómo piensa mejorar su vida. Ya sabíamos que Albert era el mejor vendedor de seguros que teníamos en España, pero ahora debemos empezar a considerarlo como a un gran showman, como el posible revulsivo que necesita un reality en horas bajas, la nueva Aída Nízar de la política. Barullero, faltón y tramposo… nunca la política española y la mal llamada telebasura se habían parecido tanto.

La mejores imágenes para entender la desubicación del candidato de Ciudadanos fueron aquellas que mostraron el post debate, cuando las cámaras ya no emitían en directo y se veía la verdadera esencia del político alterado, cuando el foco se apagó salieron a la luz todas sus miserias. Mientras Pablo Casado y Pablo Iglesias hablaban de forma distendida, encarnando posiblemente el “famoso” espíritu de la transición, Albert Rivera deambulaba con la mirada perdida por el plató de Atresmedia. Como ya vimos en los inicios de la carrera televisiva de Rivera, cuando daba lecciones de retórica junto a Mercedes Milá en el ‘Comecocos’ de Cuatro, es el gran maestro de la oratoria vacía.  Un título de programa que describía a la perfección la figura del telepredicador de Ciudadanos, poco o nada le importan los ciudadanos con tal de vender motos y alimentar su ego.  Gracias a sus malas artes los debates de esta semana ganaron en intensidad,  con su actitud se emplazaba al espectador a no pensar en el contenido y quedarse meramente en el espectáculo de baja estofa. El show venció en detrimento de la corrección política, llevando a ambos debates a cuotas de audiencia que superaron el 40% de share. Trump ya tiene a su alumno más aventajado en la España liberal.

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