Adiós a ‘OT 2017’: ¿Se ha superado el éxito de ‘OT 1’?

Alcanzar el éxito no es tarea fácil, mucho menos mantenerlo. La mayoría de los concursantes de la primera edición de Operación Triunfo han podido experimentar la premisa en carne propia. A día de hoy, las voces componentes de Mi música es tu voz, se siguen perfilando como blancos a batir por dardos envenenados rellenos de maldad intencionada.

Un 11 de febrero de 2002, España, en casi su totalidad, se postraba ante el triunfo de Rosa López. Pegados frente al televisor y ante varias pantallas públicas, montadas para la ocasión, más de doce millones de espectadores se rendían al talento de una chica repleta de inseguridades que experimentó, en su totalidad, las mieles de la operación triunfo. Crítica y público alababa el resultado de un formato injustamente castigado por la industria desde el comienzo, industria que posteriormente supo sacarles todo el jugo extraíble hasta secar, casi del todo, a muchos de sus protagonistas con nefasto resultado.

Los primeros meses transcurridos desde aquella final de febrero no hubo cadena de televisión que no aprovechase para sacar su tajada económica de aquellos triunfitos mal llevados e inexpertos en el arte complicado del negocio post bambalinas. Prensa del corazón, televisión, radio, un largo etcétera de medios se agolpaban para lograr unas declaraciones de los chicos de Operación Triunfo que hacían crecer como la espuma los índices de audiencia en sus parrillas.

Han pasado dieciséis años desde aquel 11 de febrero de 2002 y han sido pocos los que se han labrado con esfuerzo, y mucho de suerte, un nombre en el tornadizo mundo de la música. Son esos mismos cantantes, a los que podemos ponerles nombre, los únicos que a día de hoy han sabido conquistar a su vez el respeto de la crítica y el mercado musical con las cifras que avalan su triunfo. Cantantes a los que portavoces del mundo del cuore, con la ranciedad que aún les caracteriza, respetan por el hecho de necesitarlos para crear polémicas a su alrededor que les aporte horas y horas de absurdo contenido ¿rosa?, amarillo más bien. El resto de triunfitos desprovistos de fama y con menos tirón que aquellos que supieron aprovecharlo, son atacados y ninguneados desde las humillantes corralas de vecinas convertidas en platós. Son los mismos periodistas, algunos lo son, aquellos que succionaron a todos y cada uno de los chicos de la primera edición los que hoy, tras el éxito de la última edición, reniegan de ellos con agravios comparativos en cuestiones de calidad técnica, y lo que les convierte en seres aún más despreciables, en cuestiones humanas. El pasado fin de semana una de ellas, una colaboradora venida a más con ya programa propio, comparó la calidad y sencillez personal de Amaia con los concursantes de la primera edición, agravando y ensuciando a estos últimos y situándolos muy por debajo de la humildad de la reciente ganadora.

Ser concursante de Operación Triunfo, lo de triunfito en realidad nunca me ha gustado, no debe ser tarea fácil. Sales de la academia envuelto de las mieles del público, un público que te sigue y te adora mientras le satisfaces sus deseos musicales de manera gratuita a través de la pantalla de un televisor. Lo complicado radica en salir y verse como novato en un mundo de fieras, donde desenvolverse en el mercado musical resulta, si no estás bien asesorado, tarea laboriosa. Nadie, por el hecho de cosechar o no el éxito y la fama, debería ser considerado la diana de ningún dardo envenenado. Cuando las personas, a veces nos olvidamos que tratamos con eso, con personas, se dedican a buscar el camino para conseguir sus sueños de manera decente y a través del esfuerzo y la constancia, deben ser recompensadas, aplaudidas o al menos respetadas.

Señores acostumbrados a captar lo bueno, puro y limpio, sea o no de vuestra cadena, dejen de arrojar bazofia para ensuciar el trabajo que dignamente llevan a cabo las personas luchadoras. Dejen que aquellos que no juzgan, ni necesitan criticar ni usar el desprestigio como vosotros para sacar provecho de todo, logren su objetivo sin verse enturbiado por la maldad y el rencor de vuestros argumentos y argucias descaradas.

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